"Siempre digo que si haces una promesa y la rompes, eso es casi un pecado, pero si haces una promesa a la gente pobre y la rompes, entonces es prácticamente un crimen"
Por estos días se celebró en la ONU una cumbre para analizar, e intentar resolver, los problemas de la actual crisis económica mundial.
¿Qué hay de novedoso en ello? Digo, los países se la pasan reuniéndose alrededor de la asamblea general de la ONU casi con cualquier motivo; a sabiendas de la inoperatividad real que tiene esa tribuna, todo el mundo puede decir ahí lo que se le acomode.
Lo interesante de esta cumbre es el antecedente inmediato a ella.
Resulta que hace apenas unos días Naciones Unidas, a través de la Campaña para el Milenio, publicó un informe comparativo del dinero donado por los países ricos a las entidades financieras con el objetivo de sortear esta afamada crisis. Lo indignante del asunto no es la cantidad de dólares que las naciones opulentas han otorgado a los bancos y otras instituciones financieras, 18 billones, sino la comparación de esta cifra con la ayuda internacional para los países pobres, que apenas alcanza 2 billones.
Aun más lúgubre es saber que los 18 billones de dólares se repartieron entre los bancos del mundo tan solo en el último año. Los 2 billones destinados a combatir la pobreza se han entregado en todo el periodo que comprenden los últimos 49 años.
Esto es que solamente en un año se dio nueves veces más dinero a la banca que todo el dinero que se ha dado a los pobres en los últimos 50 años.
¿Cómo empezar a asimilar esta aberración?
Quizá un abordaje más sencillo, acorde con la extensión que supone una mera entrada de un blog informal, venga desde la mirada de la congruencia. Es decir, no se trata (de momento) de hace juicios sobre el suelo desde el cual se hicieron los bancos (suelo holandés del medioevo desde el cual las primeras transacciones se median no en moneda sino en objetos extraídos de medio oriente mediante la usurpación postcruzada), tampoco es un juicio sobre lo que hizo la fortuna de la banca (el fortalecimiento avasallador económico de la institución se fundó en el tráfico de esclavos en los siglos XVI y XVII), ni siquiera vamos ahora a señalar la supremacía a nivel mundial de estas entidades (si no mal recuerdo de las primeras 100 economías a nivel mundial, solamente 47 corresponden a un estado-nación). El único punto que, para efectos de extensión, se podría señalar es la incongruencia del discurso de las naciones desarrolladas. Digo, que la banca tenga medios para prevalecer sobre el estado es algo que no se resuelve en unas líneas.
Es decir, si la fortuna de los países ricos viene del crimen o del trabajo es algo que a discutir en otra ocasión, pero cuál es el sentido de que sigan hablando de un compromiso con los países menos afortunados (sé cual es el sentido, hay que criticarlo).
La firma de tratados para ayudar a los países pobres es algo a lo que no está obligado ningún país del mundo por ninguna organización internacional, son los mismos países ricos los que han impulsado estos compromisos y aun así han depreciado la seriedad que el problema amerita.
Ahí radica el crimen, que en el intento de legitimación, y auto legitimación, la lógica económica de los menos afortunados siga obedeciendo a los dueños de la fortuna. Que el hambriento siga confiando en, esperando, la buena voluntad del holgado, bajo la lógica impuesta de la limosna como condición para sobrevivir y no vivir propiamente.
El epígrafe es claro, la desigualdad puede muy bien obedecer a condiciones morales, desde una religiosidad o irreligiosidad, pero el esfuerzo por la persistencia de dicha desigualdad aunado al discurso en contra de ella es una auténtica espoleta pirotécnica para preguntarnos hacia dónde vamos o para preguntarnos si es que vamos a algún lado.
Por estos días se celebró en la ONU una cumbre para analizar, e intentar resolver, los problemas de la actual crisis económica mundial.
¿Qué hay de novedoso en ello? Digo, los países se la pasan reuniéndose alrededor de la asamblea general de la ONU casi con cualquier motivo; a sabiendas de la inoperatividad real que tiene esa tribuna, todo el mundo puede decir ahí lo que se le acomode.
Lo interesante de esta cumbre es el antecedente inmediato a ella.
Resulta que hace apenas unos días Naciones Unidas, a través de la Campaña para el Milenio, publicó un informe comparativo del dinero donado por los países ricos a las entidades financieras con el objetivo de sortear esta afamada crisis. Lo indignante del asunto no es la cantidad de dólares que las naciones opulentas han otorgado a los bancos y otras instituciones financieras, 18 billones, sino la comparación de esta cifra con la ayuda internacional para los países pobres, que apenas alcanza 2 billones.
Aun más lúgubre es saber que los 18 billones de dólares se repartieron entre los bancos del mundo tan solo en el último año. Los 2 billones destinados a combatir la pobreza se han entregado en todo el periodo que comprenden los últimos 49 años.
Esto es que solamente en un año se dio nueves veces más dinero a la banca que todo el dinero que se ha dado a los pobres en los últimos 50 años.
¿Cómo empezar a asimilar esta aberración?
Quizá un abordaje más sencillo, acorde con la extensión que supone una mera entrada de un blog informal, venga desde la mirada de la congruencia. Es decir, no se trata (de momento) de hace juicios sobre el suelo desde el cual se hicieron los bancos (suelo holandés del medioevo desde el cual las primeras transacciones se median no en moneda sino en objetos extraídos de medio oriente mediante la usurpación postcruzada), tampoco es un juicio sobre lo que hizo la fortuna de la banca (el fortalecimiento avasallador económico de la institución se fundó en el tráfico de esclavos en los siglos XVI y XVII), ni siquiera vamos ahora a señalar la supremacía a nivel mundial de estas entidades (si no mal recuerdo de las primeras 100 economías a nivel mundial, solamente 47 corresponden a un estado-nación). El único punto que, para efectos de extensión, se podría señalar es la incongruencia del discurso de las naciones desarrolladas. Digo, que la banca tenga medios para prevalecer sobre el estado es algo que no se resuelve en unas líneas.
Es decir, si la fortuna de los países ricos viene del crimen o del trabajo es algo que a discutir en otra ocasión, pero cuál es el sentido de que sigan hablando de un compromiso con los países menos afortunados (sé cual es el sentido, hay que criticarlo).
La firma de tratados para ayudar a los países pobres es algo a lo que no está obligado ningún país del mundo por ninguna organización internacional, son los mismos países ricos los que han impulsado estos compromisos y aun así han depreciado la seriedad que el problema amerita.
Ahí radica el crimen, que en el intento de legitimación, y auto legitimación, la lógica económica de los menos afortunados siga obedeciendo a los dueños de la fortuna. Que el hambriento siga confiando en, esperando, la buena voluntad del holgado, bajo la lógica impuesta de la limosna como condición para sobrevivir y no vivir propiamente.
El epígrafe es claro, la desigualdad puede muy bien obedecer a condiciones morales, desde una religiosidad o irreligiosidad, pero el esfuerzo por la persistencia de dicha desigualdad aunado al discurso en contra de ella es una auténtica espoleta pirotécnica para preguntarnos hacia dónde vamos o para preguntarnos si es que vamos a algún lado.
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