23.2.18

Los amorosos son haters

Ejercicio lúdico: tome un poema empalagoso de su preferencia y remplace las palabras dulces por su contraparte natural. Yo, por ejemplo, en Los Amorosos de J. Sabines hice lo siguiente:
Cambié la palabra "amorosos" por "haters". Cambié la palabra "amor" por "odio"
El resultado fue mejor del esperado :)


Los haters callan.
El odio es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los haters buscan,
los haters son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los haters andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al odio.
Les preocupa el odio. Los haters
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El odio es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los haters son los insaciables,
los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
Los haters son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los haters no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los haters son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los haters salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el odio
como una lámpara de inagotable aceite.
Los haters juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del odio.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los haters se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los haters se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.