24.1.12

¿Y para qué filosofía?

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer . Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmixtificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofia. Por muy grandes que sean, la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofia que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe? ¿quién les obliga a enmascararse, a adoptar aires nobles e inteligentes, aires de pensador?

(G. Deleuze, Nietzsche y la filosofía)

23.1.12

Todo es culpa de Hermes










Después de ver algunos tweets y posts sobre las recientes opiniones de nuestras letradas figuras públicas (1 y 2 ), me dio por ver qué habían respondido tales figuras ante sus aciertos comunicativos.

Esto es lo que dijeron en su momento.









Esto es lo que dijeron tratando de justificarse.






Y es que Platanito, Kate del Castillo, Esteban Arce y Alberto García Aspe, por nombrar sólo algunos de los nefastos personajes que se atreven a meterse a la casa de tanto mexicano, aluden al irresponsable de Hermes para justificar su idiotez. Resulta que su invalidez intelectual no es la culpable de la proliferación de su estiércol verbal. No, la culpa es de nosotros por no saber leer un simple y sencillo mensaje.

Salieron los muchachos muy hermeneutas, solamente faltó que invocaran la frónesis aristotélica para justificarse.

Pudieron acudir a Dilthey y decirnos que lo común es la falta de sentido común, y que eso les posibilita a decir cuanta mamada se les ocurra.

Quizá es culpa de nosotros, dirán. Debimos armar un círculo de interpretación, a la Schleiermacher, para tratar de definir objetivamente, subjetivamente, y con un modo adivinatorio, y una vez relacionadas las 3 dimensiones de la interpretación emitir un juicio meramente contextual (de nuestro contexto) para tratar de empatarlo como representación con el hecho mismo, y contenido, del mensaje.

Incluso podrán ponerse rortyanos y decirnos que la aplicación que le estamos dando al mensaje es unilateral, y que el fundamento de la misma es igual. Que el contenido no es lo leído, sino el uso dado del mismo.

Su argumento es entonces el siguiente: puede que nosotros (famosos) digamos pura mierda al abrir la boca, pero los idiotas son ustedes (gentuza).

2.1.12

El mapa y el territorio




Sería un agravio no comenzar estas líneas con la enunciación de la verdad fundamental de que la literatura puede recomponer el estado de ánimo de alguien muy desencantado de, y sobre, la especie humana. El recuento de daños de finales de años supone siempre una perversa revisión de la propia biografía, sucede incluso aunque uno escape a esa reflexión del sí mismo en tiempos recientes. En mi caso un paseo en bicicleta (con la intención de evadir esa masoquista costumbre revisionista) me llevó a encontrarme con un texto enteramente dedicado al tema de la autobiografía.

Desde mi primera aproximación a Michel Houellebecq, hace apenas 2 años, supe que era un autor de quien tendría que leer cada página publicada. Se me apareció excelente Las Partículas Elementales, ensayo novelado sobre la sociedad contemporánea y el papel del individuo –o mejor, de la noción ficticia de individuo, de partícula elemental- que habita en ella. Plataforma y su polémica aproximación al turismo sexual y al radicalismo anti islamista del autor me llamó la atención por ese espíritu controversista que tiene este Star literario francés (según le llama Le Nouvel Observateur). Lanzarote, Ampliación del Campo de Batalla y La Posibilidad de una Isla no hicieron sino confirmar mi gusto por Houellebecq.

Pero volvamos al tema, El mapa y el territorio aparece en español este 2011 y lo hace con fuerza. Ya desde su aparición se acusó a Houellebecq de haberse fusilado literalmente textos de Wikipedia (en ese sentido mis alumnos de bachillerato han sabido copiar a las figuras de la literatura) para hacer descripciones en la novela de, por ejemplo, la mosca doméstica o bien de los componentes de ciertas cámaras fotográficas. Lo interesante es que el novelista-poeta-ensayista-periodista nunca lo negó (a diferencia de mis púberes alumnos), sino que argumentó que el uso de la información libre debe ser libre, y que a propósitos literarios esas líneas no cumplían otra función que la meramente descriptiva sobre un elemento no fundamental en la evolución del personaje (tema fundamental de toda novela).

Discusiones aparte, Houellebecq me ha vuelto a sorprender y me ha devuelto esa sonrisa de satisfacción que pocas veces me queda al terminar un libro.
Y es que, aunque la novela versa sobre Jed Martin, un artista francés desde cuya trayectoria vital se entrevé el ambiente cultural e intelectual de Francia – y por extensión de Europa – a principios del siglo XXI, el gran tema del libro es el desarrollo de la autobiografía. Jed Martin es un pretexto para explotar la temática de la propia revisión del sí mismo, y más aun, sobre el desdoblamiento de la descripción autobiográfica y la interacción del autor consigo mismo como personaje de su propia narrativa.

Los elementos autobiográficos difícilmente serán ajenos a las obras de los escritores, en el caso de Houellebecq no hay excepciones. Ya las polémicas en torno a Plataforma le habían alcanzado y le habían generado un número importante de detractores moralmente agraviados. Houellebecq como persona no se distingue, ni lo intenta, por ser políticamente correcto.
Pero vayamos primero al contenido literario de nuestro objeto.
El Mapa y el Territorio es la vida de Jed Martin, un artista francés cuya obra fluctúa entre la inmortalización de los objetos inanimados fundamentales de la era industrial (a través de la fotografía) hasta el plasmar en video la supervivencia (y superposición) de la naturaleza bruta y lenta sobre la tecnología y la racionalidad de la civilización. Entre estos dos estadios sucede la etapa de fulgor del joven artista, la plasmación pictórica de las profesiones humanas que definen la Occidente: pinturas como La conversación de Palo Alto (una representación de conversaciones entre Bill Gates y Steve Jobs) o bien Jean Pierre Martin abandonando la dirección de su empresa, le darán el status de artista consagrado, situación desde la cual podrá abocarse a su vocación de ser solitario en el mundo que él mismo retrata (un guiño de nuestro autor sobre la distancia entre el retrato y el objeto, entre el arte y lo vivo). Una distancia que, en la tercera parte de la novela, [SPOILER] llevará al artista a intentar involucrarse con un algo en el mundo, lo que sea, una investigación policial sobre el asesinato del modelo de su cuadro más valioso: Michel Houellebecq, escritor.

Y aquí es donde volvemos a nuestro tema de interés, la autobiografía en Houellebecq. Y es que sí, Houellebecq escritor se vuelve un personaje dentro de la novela de Michel Houellebecq; un personaje, por lo demás, importante en la evolución artística y personal de Jed.
Pero ojo, la inclusión del sí mismo en su novela no es nunca un intento de trascendencia personal que atienda a necesidades meramente del yo. Su propia inclusión como personaje atiende, estamos seguros, a una necesidad teórica de tratar a la individualidad como solamente parte de la red de interacciones en las cuales cree ingenuamente involucrarse por propios bríos.
Mejor traducido, y como dicta en páginas de la primera parte ya: “la individualidad es apenas una ficción breve dentro de una especie social”.

Apenas hace unos días, jugando al método Ollendorf y platicando sobre el tema con una bellísima e inteligentísima dama (combinación inusual), se nos aparecía la cuestión del individuo como lo indiviso, pero no por ser una parte aislada respecto a la totalidad sino precisamente por ser ya esa totalidad encarnada en lo particular, por ser peculiaridad de un todo que acaba por moldearle y definirle. Y es así como Houellebecq descubre -desde sus primeros textos- al particular dentro del gran organismo vital que somos, como partículas elementales del gran universal de la civilización que nos alberga. Civilización débil, condenada a la contradicción, decadente sí, pero globalidad a la que estamos obligadamente abigarrados.

Y es la descripción de esa globalidad lo que da sentido a la práctica cultural occidental, la teoría desde la perspectiva baconiana, la distancia de la descripción respecto a lo descrito, la preponderancia de la forma respecto al contenido. La primera exposición de Jed Martin en la novela se anuncia precisamente con un rótulo a la entrada de la galería que dice “El mapa es más interesante que el territorio”.

La descripción de la unidad, señala Houellebecq -de modo irónico, cínico como en todos sus textos- se vuelve preponderante por sobre las diferencias internas de tal objeto de descripción: los llamados individuos no son sino configuraciones dadas por el entorno en el que se les inserta espontáneamente, sin más sentido que el dado por el actuar posterior. Es precisamente esta la tesis que desarrolla el Houellebecq-personaje respecto a las obras de Jed: también nosotros somos productos, productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico, con la salvedad de que no existe, en general, mejora técnica o funcional evidente. Es la rueda la que da sentido a los engranes y no al revés.

Y esta rueda, esta unidad como la hemos llamado, es en todo texto de Houellebecq la sociedad de consumo, de la cibernética (en sentido heideggeriano) y de la tecnocracia en sentido norteamericano. En este punto la opinión es unánime, el análisis de Houellebecq es tenebrosamente certero (o como dice Jordi Corominas en revistadeletras, relean la novela dentro de unos años y comprenderán más y mejor su mensaje).

Y es que los personajes principales, Jed y Houellebecq, no se describen sino solamente a partir de dos perspectivas 1) la representación pictórica que el mismo artista, Jed, hace o vislumbra sobre ellos y 2) la serie de gestos culturales (de vino, literatura, prácticas, ideas, posiciones, hábitos) propios de cada uno de ellos. En el fondo pues, entrecruce de surcos civiles del discurso dominante (la resonancia foucaultiana, aunque vetusta es intencional). El sujeto solamente es tal desde la sujeción en la que se halla ya al principio del actuar.
Señalar esto, al mismo tiempo [SPOILER] que incluirse como personaje en la historia, y trascenderse como individuo al relatar el asesinato del Houellebecq-personaje, es lo que mejor sabor de boca nos ha dejado. Houellebecq autor ha sabido superarse, salir de sí mismo para desgranarse como partícula del organismo vital y decadente que somos, que eres tú y que soy yo –al final de la novela, la descripción de planes arquitectónicos nos lo hacen aun más evidente- que se es.

Como dice Corominas, Houellebecq es un antropólogo vestido de cínico que en esta ocasión endosa un estupendo traje de madurez.

Yo añadiría: Houellebecq tiene el mérito de destruirse como escritor para reforzarse como personaje. Y viceversa.