27.1.13

Les Misérables



Les Miz (Les misérables. Tom Hooper, 2012).

Cuando vi una filmación del musical de Cameron Mackintosh por primera vez (me parece que la puesta del 10º aniversario) fue una revelación. La escenografía, los actores, pero sobre todo la brillante adaptación de la novela - el ver encarnados a Fantine y Valjean - fue de lo más valioso que conservo del ITESM. Recordemos que hubo un tiempo, pre-2000’s, en que no era tan simple el acceso a todos los media que uno requiriera. De hecho “Les Misérables” tuve que leerlo durante 3 semanas en mis horas libres, teniendo que renovar en la biblioteca 3 o 4 veces mi préstamo (nadie lo sacaba, al igual que Guerra y Paz, para mí la otra gran novela del siglo, que llevaba casi seis años acumulando polvo, por lo que no veo el caso de tener que “renovar” cada semana…

Al saber de su existencia hace un mes, este film me pareció por fin la realización de mi idéal: tendría que existir un medio que transmitiera a nivel masivo todo lo que en su tiempo me dio la monumental novela de Victor Hugo: los sentimientos, la introspección, la crítica social, la pasión arrebatada que de los dedos de aquel narcisista genial salieron (él mismo escribió en las paredes de su casa “Ego Hugo”… y con razón).
Así que al fin - después de las interpretaciones algo tediosas de Dépardieu y Liam Neeson (yo mismo no hubiera pensado en dos mejores actores para dar vida a Valjean) – venía por medio de Hollywood una solución que quizá reviviera esa chispa que incendió mi entendimiento durante mis años de universidad.
Ahora la gente que, igual que yo antes de 1998, desconocía la odisea de Jean Valjean, podría tener acceso a la entrañable historia sin tener que leer durante horas, días y semanas, aparte teniendo que renovar el préstamo de un libro poco conocido, por lo menos en el ITESM…

Y así fue. Digo que, por lo menos, revivieron en mí todas las emociones que cruzando las últimas página de aquel viejo y grueso libraco afloraron en aquel ’98, en el área de fumar del Tec, entre las 11 y 12 de aquella mañana, creo que de mayo. Soy, o me considero, bastante crudo como hombre. No digo que soy macho porque me considero progresista en relación con el lugar que ocupa la mujer en nuestro país de acomplejados. Pero por lo menos, me gusta presumir de alfa. Si hay algo que cargar, el primero que se ofrece soy yo. Si hay que parar broncas, pa’ eso son mis kilos de más. Me gusta la carne término medio para saborear la mal llamada “sangre” en la carne (en realidad suero), combinada con el gusto del carboncillo que se forma en la parte exterior del corte. Me rasuro con navaja y prefiero los lados cortos del pelo antes que ponerme tintes para las canas. No cremas, no tónicos. Nadie me plancha ropa ni me bolea zapatos. Y generalmente no lloro con una película…
Pero terminando la versión de Hooper me puse a sollozar (¡sollozar!) sin saber bien porqué. El director supo retratar muy bien toda la carga que de casta le viene del musical, al cual de casta le viene de la novela. Me alegro, me regocijo que haber visto esta nueva edición de la historia y recomiendo a todos que se acerquen a la maravilla que es el romanticismo del siglo XIX. Y sin embargo…

Obvia y fehacientemente no soy ningún crítico ni tengo experiencia más allá que la del entusiasta, pero imagino ahora lo que siente un devoto de cierta obra al ver una reinterpretación de su opus fetiche… Algo falta. En mi caso, Javert (Russell Crowe), mi segundo personaje preferido en Les Misérables y Thénardier (Sasha Baron Cohen) quedaron muy por debajo de lo requerido. Crowe se inventó un tono que no es suyo en detrimento del buen barítono que debió usar naturalmente (al respecto, para mí, Philip Quast es y será siempre Javert). Baron Cohen quitó a Thénardier toda la gracia y malicia que le eran propias y nos dejó con una lectura casi enunciativa del personaje. Muy distintos del Marius de Eddie Redmayne, o de Mme. Thérnardier de Helena Bonham-Carter, que resultan muy elogiables. La mayor desilusión, para mí, fue el Valjean de Hugh Jackman. Hete aquí un Valjean físicamente poderoso con una mirada tan tranquila como amenazante (tipo “Conmigo no se meta compañero”), cuya voz sin embargo es una réplica casi exacta de la canónica voz (entonación, pausas, color, intencionalidad) de Colm Wilkinson, quien diera vida a Valjean en el musical de Cameron Mackintosh, y quien hace un cameo en esta película como el Abad Myriel (nótese que cantan igual). La chillona interpretación de Wilkinson nunca fue de mi total agrado, pero al menos fue original y emotiva. En el caso de Jackman, sólo sus dotes de actor lo redimen de lo que de otra forma hubiera sido una vergüenza.

En favor de la película, puedo decir que, si aun contando con que tres de los principales roles no cumplen con el estándar mínimo (que por otro lado es bastante alto), puede salir adelante y cumplir su cometido, sin ninguna duda el espectador que no conozca el musical será capaz de vivir la magia que se oculta en la letra y la música de esta película que, pese a todo, hace justicia a uno de los libros más importantes de la literatura. Tal cual.

23.1.13

Porqué son necesarios los necesarios

In memoriam Arbenz, Lumumba, Mossadeq, Allende, Torrijos, la República Española, Moro, Palme, Villa, López (Paraguay), et homo homini flos: Guevara (inter alii).

Advertencia.- Contenido de opinión (la mía). No odio, no críticas sin fundamentos, no palabrotas gratuitas s'il vous plaît... No es para tanto después de todo.

Revisando apuntes de octubre 2012 y recordando la no tan reciente campaña de morbo en torno a la salud del Comandante Chávez, y a falta de espacio, con la necesidad de vaciar el escritorio de papeles, me permito la siguiente reflexión: una carta que nunca se envió, a guisa de respuesta a los comentarios que escuché en boca de un respetado intelectual en el noticiero matutino.

Dice: Ante la victoria electoral de Hugo Chávez y la consecuente rechifla de los psitácidos usuales, me permito aventurar una explicación ante lo que ellos (los psitácidos) es una decisión ilógica, cretina, propia más bien de aldeanos medievales que de una sociedad posmoderna. Con total falta de tacto y cortesía (y de la mínima originalidad) se ha hablado de la reelección en los gobiernos de izquierda en América Latina como de un "cáncer de la democracia". Obviando lo anterior, démosles juego. Aceptemos el reto.

¿Porqué se tiene - porqué tenemos - la esperanza de que líderes como Fidel, Hugo, Evo, duren en el poder, en la vanguardia de la marcha durante muchos, muchos años?
Porque sabemos cómo opera el establishment. Porque los liderazgos de nuevas generaciones (y de cualquier generación) nos los cortan en la rama. Nos los cooptan, nos los compran o nos los asesinan. Nos los suicidan, nos los accidentan, nos los amenazan, nos los satanizan o nos exponen sus humanas flaquezas. Porque sabemos lo que nos va a costar encontrar nuevamente una figura que supere todas las barreras de entrada. Porque hemos aprendido desde la comuna de París - a tablazos, coscorrones y desapariciones - cómo opera el poder establecido contra el mínimo asomo de amenaza a sus intereses (entiéndase del imperio no en tanto ente territorial, sino en tanto forma de ver la vida, en tanto cultura y convicciones políticas, bien o mal fundadas).

No nos importa ceder un poco en cuanto a variedad en aras de la estabilidad o en aras de alcanzar a avanzar un poco más. Sabemos que de momento estamos viviendo (o lamentablemente sólo lo están viviendo los países gobernados por esos líderes) una primavera de progreso, de solidaridad, de tardía pero muy agradecida justicia, y la disfrutamos aun más, sabiendo que no se nos va a permitir mantenerla para siempre. Sabiendo que los lobos, acechan el campamento (no hablo aquí de la mayor parte de la gente de derecha, que seguramente busca el bien de su país a su mejor o peor entender, sino de los poderes establecidos o fácticos). Que los lobos están esperando que se extinga la fogata para caer sobre hombres, mujeres, niños y ancianos. Mientras que nosotros nos apuramos a hacer reparaciones, a fortificar y curarnos con la esperanza de llegar al nuevo amanecer, que ya después veremos...

Sabemos que aunque somos más, el dinero es más pesado. Las armas son más pesadas. La propaganda tara alevosamente la balanza. Con esa ominosa verdad en la conciencia, nos carcajeamos de los argumentos de "demócratas", "realistas" y "modernos", propios de nuestros adversarios. Con una sonrisa condescendiente asentimos. Concedemos. La edad o la experiencia quizá tumben las barreras que los argumentos no pueden. Mientras nos basta que ese hombre, esa mujer necesarios, nos garanticen transparencia en los hechos, que nos garanticen opinión y derecho a revocar su mandato. Esto, esto es democracia.

Esto es más real que la de los arreglos corporativos que favorece la intelligentsia de "centro y derecha", aquella de "me quito yo y te pones tú (guiño)" y "tú no me saques mis trapos sucios, yo no te saco los tuyos". Y por supuesto la izquierda o la mal llamada izquierda en ciertos países (como México, donde mucho refugiado, renegado o simplemente rechazado del régimen halla amparo y chivo), también adolece de los mismos vicios de arreglos y corrupción.
Ventaja de los progresistas comprometidos: siempre un ojo al enemigo externo y otro al interno. Los primeros whistleblowers o denunciantes de la izquierda son los radicales. Por eso la izquierda siempre se divide y acaba por perder. Porque al interior es difícil conciliar posturas. Un ultra, por el contrario, difícilmente expondrá públicamente a sus compañeros menos ortodoxos. Por eso este tipo de arreglo ("concertación", "diálogo", "apertura" le llaman) resulta al comentarista, teórico, politólogo o historiador poco comprometido o acomodaticio, mucho más civilizado, razonable y maduro. Por eso, a diferencia de su opinión sobre los líderes progresistas actuales, no se escuharon sus críticas a regímenes como la Junta Militar en Brasil y Argentina, por eso no veían caso en enjuiciar a Pinochet o en repudiar al gobierno chino con la misma vehemencia con que hacen con el cubano o venezolano. Por eso no se desgañitaron en contra de Echeverría, ni mucho menos con Díaz Ordaz, etc.

Por mi parte, diría "Estimados..." no. "Respetados golpeadores: No insistan en educarme. Basta ya de tratar de adormecernos, no engañan a nadie". Ofrecería una mano de paz (por supuesto no correspondida), y procedería a olvidar la consecuente sarta de injurias para seguir imaginando soluciones para dar más poder a la gente, con la esperanza de que cada día seamos más quienes nos cuestionemos cómo es que si el sistema está tan bien, pueden tantas cosas ir tan mal.

Volviendo al caso de Venezuela 2012... Considerando que no hay fraude denunciado y que hasta los contrincantes han reconocido su derrota, decir que la apuesta del pueblo venezolano por la continuidad es una práctica antidemocrática no sólo es incorrecto sino que es malicioso. Democracia, se entiende, es es el gobierno elegido por la mayoría de los gobernados, sin exclusión a priori. Partiendo de reglas serias, no habiendo denuncias de fraude y existiendo además reconocimiento de los adversarios, no se puede decir que la elección de un candidato A es más democrática que la de un candidato B. Por mucho que nos desagrade física, ideológica o emocionalmente un candidato, e independientemente de que represente una reedición del gobierno anterior, si cuenta con la validación de los gobernados, deberá aceptarse que se trata de un régimen democrático, no impuesto, sino deseado. Y mientras no haya prácticas extraprocesales como coacción, abuso de poder (financiero, informativo, militar, religioso) o trampas como la suplantación de votos y/o votantes, candidatos o programas, ambas (o todas) las plataformas deben considerarse igualmente democráticas.

No puede exigirse a un movimiento que actúe "civilizadamente" y "dentro de las instituciones", para después denostarlo si triunfa, con el epíteto de "antidemocrático". Los gobiernos de izquierda que gobiernan en América del Sur no son autoritarios en virtud de que están constantemente sometidos al escrutinio de sus gobernados y a la vigilancia de la comunidad internacional. Chillantes e incómodos, probablemente. Pero no prohibitivos, violentos o intrusivos, como sí lo fueron las dictaduras muy militares y muy de derechas que padecieron muchos de esos mismos pueblos durante el siglo XX.

Se puede concluir entonces, para ser consecuente, que se trata de gobiernos de los pueblos, por los pueblos. Finalizando, y a la luz de la obra social que en varios de estos países se ha dado a conocer, cabe igualmente decir que se trata de gobiernos para los pueblos.

Ni más, ni menos que Democracia.

JM.