Les Miz
(Les misérables. Tom Hooper, 2012).
Cuando vi una
filmación del musical de Cameron Mackintosh por primera vez (me parece que la
puesta del 10º aniversario) fue una revelación. La escenografía, los actores,
pero sobre todo la brillante adaptación de la novela - el ver encarnados a
Fantine y Valjean - fue de lo más valioso que conservo del ITESM. Recordemos
que hubo un tiempo, pre-2000’s, en que no era tan simple el acceso a todos los media que uno requiriera. De hecho “Les
Misérables” tuve que leerlo durante 3 semanas en mis horas libres, teniendo que
renovar en la biblioteca 3 o 4 veces mi préstamo (nadie lo sacaba, al igual que
Guerra y Paz, para mí la otra gran
novela del siglo, que llevaba casi seis años acumulando polvo, por lo que no
veo el caso de tener que “renovar” cada semana…
Al saber de
su existencia hace un mes, este film me pareció por fin la realización de mi idéal: tendría que existir un medio que
transmitiera a nivel masivo todo lo que en su tiempo me dio la monumental novela
de Victor Hugo: los sentimientos, la introspección, la crítica social, la
pasión arrebatada que de los dedos de aquel narcisista genial salieron (él
mismo escribió en las paredes de su casa “Ego Hugo”… y con razón).
Así que al
fin - después de las interpretaciones algo tediosas de Dépardieu y Liam Neeson
(yo mismo no hubiera pensado en dos mejores actores para dar vida a Valjean) –
venía por medio de Hollywood una solución que quizá reviviera esa chispa que
incendió mi entendimiento durante mis años de universidad.
Ahora la
gente que, igual que yo antes de 1998, desconocía la odisea de Jean Valjean,
podría tener acceso a la entrañable historia sin tener que leer durante horas,
días y semanas, aparte teniendo que renovar el préstamo de un libro poco
conocido, por lo menos en el ITESM…
Y así fue.
Digo que, por lo menos, revivieron en mí todas las emociones que cruzando las
últimas página de aquel viejo y grueso libraco afloraron en aquel ’98, en el
área de fumar del Tec, entre las 11 y 12 de aquella mañana, creo que de mayo.
Soy, o me considero, bastante crudo como hombre. No digo que soy macho porque
me considero progresista en relación con el lugar que ocupa la mujer en nuestro
país de acomplejados. Pero por lo menos, me gusta presumir de alfa. Si hay algo
que cargar, el primero que se ofrece soy yo. Si hay que parar broncas, pa’ eso son
mis kilos de más. Me gusta la carne término medio para saborear la mal llamada “sangre”
en la carne (en realidad suero), combinada con el gusto del carboncillo que se
forma en la parte exterior del corte. Me rasuro con navaja y prefiero los lados
cortos del pelo antes que ponerme tintes para las canas. No cremas, no tónicos.
Nadie me plancha ropa ni me bolea zapatos. Y generalmente no lloro con una
película…
Pero terminando
la versión de Hooper me puse a sollozar (¡sollozar!) sin saber bien porqué. El
director supo retratar muy bien toda la carga que de casta le viene del
musical, al cual de casta le viene de la novela. Me alegro, me regocijo que
haber visto esta nueva edición de la historia y recomiendo a todos que se
acerquen a la maravilla que es el romanticismo del siglo XIX. Y sin embargo…
Obvia y
fehacientemente no soy ningún crítico ni tengo experiencia más allá que la del
entusiasta, pero imagino ahora lo que siente un devoto de cierta obra al ver
una reinterpretación de su opus fetiche…
Algo falta. En mi caso, Javert (Russell Crowe), mi segundo personaje preferido
en Les Misérables y Thénardier (Sasha
Baron Cohen) quedaron muy por debajo de lo requerido. Crowe se inventó un tono
que no es suyo en detrimento del buen barítono que debió usar naturalmente (al
respecto, para mí, Philip Quast es y será siempre Javert). Baron Cohen quitó a
Thénardier toda la gracia y malicia que le eran propias y nos dejó con una
lectura casi enunciativa del personaje. Muy distintos del Marius de Eddie
Redmayne, o de Mme. Thérnardier de Helena Bonham-Carter, que resultan muy
elogiables. La mayor desilusión, para mí, fue el Valjean de Hugh Jackman. Hete aquí
un Valjean físicamente poderoso con una mirada tan tranquila como amenazante
(tipo “Conmigo no se meta compañero”), cuya voz sin embargo es una réplica casi
exacta de la canónica voz (entonación, pausas, color, intencionalidad) de Colm
Wilkinson, quien diera vida a Valjean en el musical de Cameron Mackintosh, y
quien hace un cameo en esta película como el Abad Myriel (nótese que cantan
igual). La chillona interpretación de Wilkinson nunca fue de mi total agrado,
pero al menos fue original y emotiva. En el caso de Jackman, sólo sus dotes de
actor lo redimen de lo que de otra forma hubiera sido una vergüenza.
En favor de
la película, puedo decir que, si aun contando con que tres de los principales
roles no cumplen con el estándar mínimo (que por otro lado es bastante alto),
puede salir adelante y cumplir su cometido, sin ninguna duda el espectador que
no conozca el musical será capaz de vivir la magia que se oculta en la letra y
la música de esta película que, pese a todo, hace justicia a uno de los libros
más importantes de la literatura. Tal cual.