El texto va de una agente de Scotland Yard que debe encontrar a un asesino serial.
Lo curioso es que tanto las víctimas como el victimario tienen nombres clave que un ordenador les ha asignado, un ordenador que se encarga de clasificar los niveles potenciales de violencia en ciertos individuos y cuya identidad se protege a través del bautizo de los mismos como intelectuales de la vieja Europa.
Y aunque la trama y el mismo título se antojan interesantes, el resultado deja mucho que desear. El tratamiento de los personajes es de lo más soso que me ha tocado leer, verbigracia, la agente policial dura que durante todo el texto nos deleita con sus actitudes de misantropía acaba en los últimos pasajes haciendo gala de la cursilería más simplona de la que podría ser culpable la mismísima Charlotte York (sí, hablo de personaje de Candance Bushnell).
Otra cosa más, el libro podrá llamarse Una investigación filosófica, pero lo cierto es que el único filósofo de profesión que aparece en el libro es un autentico pelmazo, quien no extrañamente ocupa un alto puesto de funcionario.
Pero no todo es terrible, o como decía mi amigo más borracho y lúcido, incluso en un mar de estiércol se puede hallar una flor. Algo muy divertido es leer los monólogos del asesino en un tono verdaderamente inspirado por el Tractatus y por las Investigaciones Filosóficas. Incluso hay un guiño cuando sus diarios y reflexiones son plasmados en dos cuadernos, uno azul y uno marrón.
El asesino es simpático y bien trazado, es con lo que me quedo del texto.
Fuera de ello recomendamos ampliamente no invertir sus pesos en este libro, a lo mucho una repasada en alguna biblioteca. No se perderán de gran cosa.

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